Hiroshima y Nagasaki: Testimonio de un masón
“Desde la perspectiva masónica, esta historia nos recuerda que la paz no es solo la ausencia de guerra, sino la presencia de justicia, diálogo y respeto por la dignidad humana. Nuestra Orden, que busca la perfección del ser humano por medio de la razón, la virtud y la fraternidad, no puede ser indiferente al horror que representa el armamentismo nuclear. A 80 años del desastre de Hiroshima y Nagasaki, es nuestro deber como hombres libres y de buenas costumbres recordar, reflexionar y actuar.
Hago mías las palabras del escritor japonés Kenzaburō Ōe (1935-2023), Premio Nobel de Literatura en 1994, sobreviviente del trauma nuclear:
“La memoria de Hiroshima es la conciencia de que la humanidad no debe cometer el mismo error otra vez.”
Hagamos de esa memoria una herramienta de construcción espiritual. Que nuestras logias sigan siendo activos espacios de cultivo de la tolerancia, templos erigidos a la virtud y escuelas de humanidad, donde la espada del guerrero dé paso al compás del constructor.”
Nunca más. ありがとうございます”
Con estas palabras el Venerable Maestro Alfredo Shima de la Logia Juan Antonio Ríos 178 de Concepción, parte un relato “íntimo y familiar”, como él lo llamó, de su padre que lo conecta directamente con uno de los episodios más trágicos de la historia de la humanidad.
“Debo recordar que, a fines del siglo XIX, Japón vivía tiempos de pobreza y dificultad. En 1895, firmó un acuerdo con Brasil para facilitar la migración de su gente. Así, en 1905, comenzaron a llegar los primeros inmigrantes japoneses a tierras brasileñas. Fue el caso de los antepasados de mi padre. Mi abuelo tenía 7 hermanos, cuatro de ellos y él, emprendieron el viaje hacia un nuevo destino; los otros tres —dos mujeres casadas y un hombre con problemas de visión— permanecieron en Japón, algunos de sus descendientes aún viven en la lejana Tierra del Sol Naciente.
Mi padre, Shinitiro Shima, nació en septiembre de 1941 en Brasil, como hijo de inmigrantes japoneses oriundos de la ciudad de Kōriyama, en la prefectura de Fukushima, lugar que 70 años después, en 2011, volvería a ser asociado con la tragedia nuclear por causas muy distintas.
Mis abuelos, Chūjirō y Takeko, a quienes no tuve la fortuna de conocer, se establecieron inicialmente en un pequeño poblado interior del estado de São Paulo, llamado Cafelândia, cuya actividad económica como su nombre lo indica, dependía de la sacrificada actividad en los cafetales y las condiciones laborales especialmente para los inmigrantes eran muy precarias. Algunos años más tarde, ya con una familia formada, se radicaron en Maringá.
Como tantas familias inmigrantes, enfrentaron desafíos culturales y lingüísticos. Mi padre, en sus primeros años, asistió primero a una escuela japonesa, que en los años de guerra no tenía autorización para funcionar, pero luego optó por integrarse al sistema brasileño, aprendiendo el portugués y abriéndose camino en la educación y el trabajo desde los 16 años, cuando emigró a São Paulo. Fue una decisión valiente que generó tensiones familiares, pero que evidenciaba una voluntad férrea de superación.
Las consecuencias en Brasil: dolor, división y negación
En Brasil, la comunidad japonesa vivió con profunda conmoción la noticia de la rendición, que vino a consecuencia de la tragedia de Hiroshima y Nagasaki. Muchos lo vivieron como una afrenta a su honor nacional. Surgieron grupos extremistas como el Shindo Renmei, que, negando la derrota de Japón, actuaron violentamente contra compatriotas que aceptaban la verdad, incluso hubo asesinatos. (Ver historia de enfrentamiento entre los “kachigumi” y los “makegumi”)
Mi abuelo fue uno de ellos, del bando “makegumi”, aquellos que aceptaban la derrota del conflicto bélico reciente. Al expresar abiertamente que Japón había perdido la guerra, fue acusado de incitar desorden público y arrestado en más de una ocasión. En una época sin redes sociales ni información inmediata, la confusión era común, y la verdad se abría paso con lentitud entre rumores y desinformación.
Una herencia más allá del dolor provocado
La reflexión vino con el paso del tiempo y la mayor lucidez lograda. Mi padre sostiene que, aunque el uso de la bomba atómica fue un crimen genocida contra la humanidad, la guerra probablemente se habría prolongado mucho más, causando quizás más sufrimiento y más pérdidas de vidas inocentes. Aún así reconoce que la guerra es el fracaso absoluto de la política y del espíritu humano. En lo profundo de su alma, mi padre sostiene que la guerra jamás debe volver a ser la vía, ya que cuando llega no hay vuelta atrás. Que el camino del ser humano debe orientarse siempre hacia la resolución pacífica, el entendimiento y la compasión.”, termina el Venerable Maestro.